La historia de Carlos y Sofía

Hace tiempo que no cuento historias de las que suceden aquí en Café Toscana y sé que muchos de ustedes desean leerlas, por lo que les invito acompañarse de un espresso para leer la historia de Carlos y Sofía:

"Muy pocos podrían imaginar cuántas almas solitarias pasan unas delante de otras sin siquiera notar su presencia. Algunos llegan solos con la compañía de un libro bajo el brazo, otros llegan solos también, aún del brazo de sus compañeros de vida, todavía sin reconocer que están solos y muy a pesar de su infelicidad, engañándose a sí mismos para no tener que enfrentar a la soledad misma.
Yo reconozco muy bien a la soledad, porque como un buen café, soy de los pocos acompañantes que no le rehuyen, entiendo el valor de concedernos un silencio lleno de palabras interiores para beber de mi elixir de arábica, tostado a la italiana, como nos gusta aquí en el Toscana. Por eso es que rondando de la mano de la soledad, espío cuidadosamente a los personajes que se aparecen por mi espacio.
Todos los viernes a las 6:15, muy probablemente después de salir de su trabajo, veía llegar a un hombre alto, delgado,  de cabello castaño y tez clara, con los ojos un poco tristes, pero llenos de calma. Se acompañaba habitualmente de un tabique de unas cuatrocientas páginas, el cual avanzaba paulatinamente de sábado a jueves, dejando quizás el desenlace para beberme a su lado.
-Un espresso doble, cortado, por favor-, pedía siempre amable, a Karen, quien con su habitual protocolo y una franca sonrisa, respondía -¿Algo dulce o salado para acompañar?
-Salado ¿Podrían prepararme un bagel de desayuno?
-Claro que sí-respondió atenta.
-Es que cuando lo llevo por las mañanas, la prisa no me deja disfrutarlo.
-Hay que darse tiempo para todo- respondió Karen al cliente, que ante la solicitud concedida, no hacía mas que iluminarse de gusto, habiendo realizado los preparativos para que la lectura del final de su novela en turno, se leyera con todos los honores.
Era evidente que aquél hombre atesoraba ese momento y quería darse tiempo para disfrutarlo, sin verse presionado por el yugo de los horarios que lo acorralaban los demás días de la semana.
Se refugió en su mesa habitual, una que tenía vista a la calle, hacia el camino por donde siempre llegaba aquella mujer que buscaba lo mismo que él, vivir la vida con pasión, aunque aún no lo sabía. Ella apenas superaba la reciente decisión de enfrentarse a la soledad. El hombre que le acompañaba al Café, fuera para el almuerzo o la cena, entre semana o en los días del fin de, ya no estaba a su lado. Ese temor a sentirse sola, que le había detenido por tanto tiempo de abandonar la fallida relación, se había manifestado finalmente. A diferencia de lo que se imaginó, se sentía casi igual que a su lado, la compañía no era más que un paliativo al pavor que le tenía a la soledad, que de cualquier modo le había acompañado desde hacía tiempo.
Tomar la decisión de regresar al mismo lugar de siempre, sin su acostumbrada compañía, le demandaba valor, del cual se armó para dirigirse a Café Toscana.
Esa tarde, el destino se empeñaba en salvar los obstáculos que les habían impedido conocerse, Carlos se sentaba mirando hacia el norte de la calle de donde Sofía provenía habitualmente, pero no levantaba la vista ni por un segundo cuando se embebía en su lectura. No obstante, ese día el pavimento abrió un huequito, provocando que Sofía trastabillara de momento, mismo en que a Carlos se le resbaló el preciado tesoro, su libro, distrayéndole, con el movimiento inesperado, de hacer contacto visual con los ojos melancólicos de Sofía.
Posteriormente y después de entrar al Toscana, cuando ella ordenaba su latte con doble carga de café, él pasó casi rozando su brazo al dirigirse hacia la estación de complementos para su bebida, el espacio mínimo continuó imposibilitando el evento de hacerles encontrarse. Mientras esperaban la orden, igual que él lo había hecho ya, Sofía se aprovisionó con dos servilletas, azúcar baja en calorías y una cucharilla desechable para remover, prácticamente cuerpo a cuerpo, pero aún así, sus miradas no lograron encontrarse, pues ella se clavó la vista en las múltiples e irrelevantes notificaciones que su celular reportaba. Inexplicablemente, el corazón latía fuerte para los dos, anticipando la emoción de un encuentro que ninguno imaginaba. Él lo atribuía a la emoción que ampara el desenlace de una historia formidable, en su novela, y ella, a la emoción que precedía al desenlace de una historia trunca, en su vida.
Y justo en ese momento, la maldición de no haberse mirado antes, se rompió.
Sofía cargaba todavía con la costumbre de una alianza en el dedo, que curiosamente le quedaba floja, que no se había quitado por el dolor que ello aún le ocasionaba, aunque habían mentiras, engaños, sueños deshechos y quien sabe cuántos pesares más, los mismos que no le dejaban voltear la vista hacia delante, hacia el futuro que le aguardaba con unos dulces ojos pacíficos y amorosos que se localizaban a unos treinta centímetros de distancia de los suyos.
Las mágicas palabras de Karen -Bagel de desayuno listo-, dirigidas a los clientes del mostrador, finalmente deshicieron el hechizo. Al unísono ambos contestaron -¡Gracias!-prendiéndose del plato y de la mirada de uno y otro al fin. Acto seguido, la alianza de matrimonio, que era lo único que quedaba de éste, se resbaló del dedo de Sofía, rodando, escapando hacia esos hoyos negros que existen en nuestro entorno, en donde desaparecen múltiples pertenencias que no vuelven a ser vistas jamás.
-¿Te ayudo a encontrar lo que se te cayó?- mencionó Carlos, con los ojos ahora más bien vivaces e interesados y después de darse cuenta de la extraña coincidencia del platillo que los dos habían ordenado.
-No es importante- contestó Sofía, encantada.
Después de recibir el segundo plato en la barra, Carlos se presentó y le invitó a su mesa, que le aguardaba reservada por su entrañable novela, la cual sólo permitía espacio para un comensal adicional y otro tabique, el cual Sofía llevaba bajo el brazo y estaba por comenzar a leer..."

Hay historias que todos anhelamos leer y a mí me encanta relatar porque suceden a diario, en la realidad y en nuestra imaginación, desgraciadamente no son tan frecuentes en la realidad y eso es lo que no logro entender. Este Café se llena de personas feliz o tristemente solas, a algunas la soledad les aterra, otras han aprendido a convivir con ella, pero al final creo, que si el destino les ayudara a encontrarse, tendrían nuevas y maravillosas historias que contar, con el dulce placer que una compañía de vida puede brindar. Tal vez sólo se necesita poner más atención, observar en lugar de mirar, o simplemente dejarse sorprender por la vida.

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