Pan de vida: felicidad

Somos una mezcla perfecta de los ingredientes que nos integran, recibimos una buena parte de ellos en nuestro ADN y por otra, de cada uno de los instantes que vivimos, las palabras que escuchamos y decimos, las situaciones y personas que influyen en nosotros ya sea positiva o negativamente, se van integrando a nosotros mismos como la harina que debe ponerse sobre la mesada antes de seguir amasando, dando lugar así a una masa que puede seguir moldeándose para el propósito deseado. Luego continuamos con los demás pasos de la receta: dejar reposar, refrigerar, amasar más y estirar, barnizar, espolvorear con más ingredientes y finalmente hornear para conseguir una nueva transformación.
Al igual que en la cocina, a veces la masa no queda como deseábamos, le falta algún ingrediente y en ocasiones es difícil conocer cuál. Somos una masa divina que va recogiendo e incorporando sabores de las emociones que vivimos día con día, humores de las dificultades que debemos aprender a librar, porque es cierto, la vida no es nada fácil, ni justa, pero sí es maravillosa cuando el ingrediente que se incorpora en ella de manera latente y en grandes cantidades es la felicidad.
Este viejo discurso de ser feliz desde el ahora, pues el mañana no existe y el pasado es también irreal -un recuerdo apenas-, parece algo trillado y barnizado de una sustancia irreal. Así lo vemos cuando la felicidad no se ha convertido en un propósito palpitante en nuestra perspectiva de vida. Siempre nos falta algo, algo que no tenemos, ya sea una persona, algo deseado, un bien material, algún pretexto que nos lleva a un estado de insatisfacción y falta de agradecimiento ante todo lo que ignoramos alrededor nuestro, lo que sí tenemos y no vemos, porque nuestra absurda ambición y pensamiento de escasez nos ciega.
Si bien la masa no va quedando como la receta indica, habrá que hacer un alto para entender qué le hace falta: una pizca de fe, un cuarto de taza de esperanza, una cucharada de perdón, o incluso cambiar de recetario, pues tal vez lo que necesitamos es una nueva receta.

En los últimos meses, he podido entender que cada uno de los ingredientes que me han tocado asimilar y vivir tienen todos un propósito, hacer de mí la persona que soy hoy. Y hoy, esa persona me gusta mucho, me agrada ver su sonrisa en el espejo, me gusta ver cómo disfruta de todo lo que tiene y sueña con los maravillosos proyectos que recuerda acerca de su futuro. Adora a sus grandes tesoros, escribe con pasión y amor a las letras pues reconoce su gran valor y por ello guarda un respeto absoluto sobre el impacto que la comunicación puede transmitir (maravilloso descubrimiento después de escribir su primera novela). Me encanta observar cómo se enamora de sus personajes en las novelas y en la vida real, en donde también ha aprendido a lidiar con villanos y fantasmas, pues ha entendido que el miedo es lo único que no funciona ante ellos, por eso hay que  enfrentarlos y ponerlos en su lugar, bolsas de basura que hay que desechar como residuos contaminantes que ya no sirven para nada más, después que hemos asimilado las lecciones y aprendizajes aún de ellos, aún a pesar del mal sabor que esos ingredientes o experiencias le hayan dejado. Al final entendí que sólo un ingrediente tan poderoso como la felicidad podía catalizar tales efectos en conocimiento y notas para prevenir su inclusión en futuras recetas. 


Los invito entonces a probar nuevas recetas sin miedo, es la vida misma la que nos acerca a ingredientes dulces y amargos para conseguir la maestría en integrar esa masa divina que sólo podemos producir hoy, en la cual debemos agregar como ingrediente básico e inalterable la felicidad, dando por hecho, que si éste existe, no hay ingrediente que pueda echar a perder la consistencia de la masa, el resultado será siempre un delicioso y exquisito pan de vida.

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